jueves, 7 de octubre de 2010

Sobre la criminalización de la juventud y la pobreza. Por Gabriel Merino

En días donde disminuyen los números objetivos de la criminalidad y aumenta la sensación subjetiva de “inseguridad”, hay un debate central que gira en torno a la juventud: la juventud y especialmente los ‘pibes’ –que mediáticamente, más allá del barrio en donde todos somos pibes, significa la juventud pobre— como el sujeto central de la llamada “inseguridad”, como los que producen la criminalidad.

Esta imagen que se construye sobre la juventud, específicamente sobre la juventud de los sectores populares –ya que a la juventud de clase media se la denomina como ‘jóvenes’ y no como ‘pibes’ en el discurso mediático— es un elemento central para construir la imagen de caos e inseguridad en aumento. Se construye la imagen del joven de las fracciones populares como ‘pobre’, ‘drogadicto’, ‘vago’, que no estudia y delinque (roba, mata, etc.) para drogarse, etc., como el protagonista central, como el victimario de la gran ola de inseguridad que azota a los argentinos.

Tres grandes determinaciones convergen en el aumento de la criminalidad, que es muy distinto a “inseguridad”, las cuales se desarrollaron desde el golpe de 1976 con la imposición del proyecto neoliberal en argentina. En primer lugar, en lo económico-social, el proceso de destrucción de la matriz industrial autónoma y el empleo entre 1976-2003, el aumento abismal de la pobreza (del 7% en 1974 a casi 60% en 2001, hoy en un 20%), el aumento de la desigualdad (de una diferencia de 9 veces del el ingreso entre el 10%más rico y el 10% más pobre en 1974 a 39 veces en 2002!, y entre 14 y 22 veces en la actualidad), el desfinanciamiento a la educación y la salud pública, y el achicamiento de la inversión social, entre otros elementos. En segundo lugar, la imposición de ideas y valores neoliberales, de una matriz ideológica individualista, antisolidaria, consumista (el consumo como momento de realización del hombre y como elemento de asignación de un status social), que promueve la “cultura del reviente” (sobre lo cual se asienta el negocio de las adicciones) y el desprecio de la vida humana porque no hay futuro, todo es producto de azar (en vez del esfuerzo) y la salida es individual. Que más lógico que aumenten los delitos contra la propiedad en una sociedad consumista, que pone al consumo irracional como momento de felicidad y referencia social, mientras que las grandes mayorías están sumidas en la pobreza, es decir, imposibilitadas de ser consumidores masivos. En tercer lugar, la exclusión de la participación y de la política de las mayorías, el vaciamiento de las estructuras organizativas en donde el ser humano se siente contenido, puede proyectar un futuro colectivo y transformar su realidad cotidiana. Es decir, la negación de la política como herramienta de transformación y realización de nuestros sueños colectivos.

La realidad cambió a partir de la recuperación parcial del proyecto industrial y de recuperación del empleo, el aumento de la inversión en educación y de la inversión social (cooperativas, asignación universal, programas de desarrollo, etc.), la batalla cultural para instalar los valores del trabajo, la producción y el estado, para fomentar la solidaridad, la cooperación y el pensarse como colectivo, y el retorno de la política como espacio de participación de las mayorías en función de proyectos colectivos que logren la justicia social. Todo esto se tradujo en una baja de la criminalidad. Sin embargo, la batalla entre los proyectos de país contrapuestos no está ganada, quienes impusieron el proyecto neoliberal conservan mucho poder económico, político y cultural. Sigue habiendo grandes injusticias, se sigue reproduciendo las ideas y valores neoliberales y sigue existiendo la política hecha para unos pocos en función de sus beneficios personales.

Y este enfrentamiento entre dos proyectos de país –entre la profundización del proyecto nacional popular y latinoamericano asentado sobre el Estado, la producción y el trabajo, y el retorno del proyecto neoliberal asentado en mercado, las finanzas, los servicios y la matriz exportadora de materias primas— es lo que está en el fondo de la discusión sobre la “inseguridad” y la estigmatización de la juventud de los sectores populares como victimario, como sujeto principal que provoca la “inseguridad” (o mejor dicho la criminalidad) y por lo tanto como objetivo a perseguir y reprimir.

¿Por qué se crea esta imagen y qué produce?

1) Esconde los problemas reales y estructurales, las causas de fondo de la “inseguridad”, ya que implica discutir en profundidad los proyectos estratégicos de país, los procesos históricos y las medidas concretas que surgen de dicha perspectiva.

2) Fragmenta al pueblo en sus dos grandes sectores, los trabajadores incluidos, técnicos y profesionales, y todos los llamados sectores medios, contra las fracciones pobres, los trabajadores en negro, los sectores populares pauperizados y excluidos. Mientras el pueblo se divide el

3) Fomenta las salidas represivas y el “disciplinamiento” social, es decir, legitima la represión que constituye un elemento central para despojar al pueblo de las conquistas logradas en estos años.

4) Fomenta la paranoia y la reclusión individual, en contra del pensamiento reflexivo y colectivo.

5) Excluye a la juventud de la participación y de la política como herramienta de transformación social, anulándola como sujeto político. La historia demuestra que uno de los protagonistas centrales e imprescindibles de todos los procesos de transformación es la juventud, estigmatizarla y ubicarla como objeto de represión es anularla como sujeto de la transformación.

En realidad, en torno a la criminalización de la juventud y la pobreza lo que existe es una línea de acción estratégica, una manipulación político-mediática que es parte fundamental del retorno al proyecto neoliberal. La participación y politización de la juventud es la salida estratégica para romper esta trampa y superar, a su vez, la trampa del progresismo de poner a la juventud (especialmente de las fracciones más postergadas) como meros objetos de asistencia y separadas también del resto de las fracciones que componen el campo del pueblo.

Gabriel Merino: Lic. en Sociología, CIEPE, CISH-UNLP-CONICET, Encuentro Nacional Popular Latinoamericano (ENPL).

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