jueves, 7 de octubre de 2010

Opinión: Los peligros de ser adolescente, negro y pobre. Por Adriana Puiggrós *

La media sanción del Senado al proyecto de ley que crea el Servicio Cívico Voluntario es un verdadero disparate y no coincide con ninguna teoría pedagógica, excepto que “la letra con sangre entra”, agravado porque en este caso no se piensa en la letra y lo de la sangre es altamente inoportuno en nuestro país, que aún recuerda a los jóvenes que recibieron su dosis de reeducación desapareciendo en los campos de la dictadura.

En esta época en que las cuestiones relativas a la comunicación ocupan un lugar destacado en los frentes donde se lucha por el poder, la apropiación de palabras es una modalidad que ha resultado muy efectiva, en especial para una nueva derecha que desborda de cinismo. Las reformas neoliberales fueron hechas en nombre de la desburocratización, la descentralización, la distribución y otras tantas acciones que se colocaron en la serie de la democracia, pues era obligatorio declarar a las propuestas antidictatoriales y antiautoritarias para que se consideraran políticamente correctas. La operación perfecta consiste en la apropiación de un término que tiene connotaciones reivindicativas produciendo su vaciamiento, lo que no es un inocente juego lingüístico, porque los juegos lingüísticos son actos de ejercicio del poder. Así ocurre con la palabra “inclusión”, hoy de moda. Hace dos siglos, Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, sostuvo que el sistema escolar latinoamericano debía construirse a partir de los pobres, los desarrapados, los negros, los indios. Ellos serían el corazón de la educación, su núcleo más significativo, el que le otorgaría sentido. (Si hubiera vivido en la Argentina del siglo XXI seguramente habría agregado a la lista a los chicos de 14 a 18 años sin trabajo ni estudio.) Los agregados, los incluidos en segundo lugar de importancia, serían los otros, los hijos de los ricos. En cambio, los autores del proyecto de Servicio Social Voluntario piensan de manera inversa al educador venezolano. Representan al sector que ha estado siempre en contra de la educación pública y a favor de un sistema meritocrático privado. Sus propuestas no nacieron con el neoliberalismo, sino que acompañaron a todos los gobiernos antidemocráticos y dictatoriales, pero el proyecto educativo neoliberal los alentó y actualizó. Su gesto más genuino es racista. Consideran que primero debe educarse a los mejores, en quienes se invertirán los mayores recursos. Luego se irá construyendo la pirámide hacia abajo pero, dicen, necesariamente los pobres, negros, desarrapados, que llegaron a tal situación producto de la crisis, o, la verdad, porque carecieron de capacidad, qué le vamos a hacer, ahora ya son drogadictos, delincuentes, pero lamentablemente no se puede poner a todos preventivamente presos o en reformatorios o hacer con ellos justicia por mano propia, dado que estamos en democracia y no hay más remedio que incluir a todos, en nombre de la inclusión hay que darles el lugar que merecen, y que merecemos que tengan, lejos de nuestros hijos y de nuestros bienes, por eso los mandamos a los “cuarteles”, para que los eduquen, los hagan personas de bien. En el oscuro fondo del razonamiento que impulsa el proyecto subyace la imagen de campos militares donde se imponga la disciplina de la cual estos chicos supuestamente carecen.



El proyecto denota un profundo desconocimiento de nuestros jóvenes. La Argentina está muy lejos de sufrir bandas juveniles que tienen un alto nivel de organización, como ocurre en México, en El Salvador o en Brasil. Los grupos de nuestros “chicos de la calle”, afortunadamente, de ninguna manera son comparables con aquellas organizaciones. Programas como el “Fines” de los ministerios de Educación y de Desarrollo Social, en los cuales incluirlos es darles una mano para que recuperen el capital simbólico que se les ha expropiado o negado, logran atraer y orientar a los jóvenes, así como los programas deportivos, recreativos y especialmente los de capacitación laboral. Además existe el sistema escolar, que los autores del proyecto de hecho descartan, pues para ellos no es una buena solución abrirles a aquellos chicos un lugar en las aulas a las cuales concurren sus pares de otros niveles sociales. Pero lo peor es que consideren una falta que no trabajen, mostrando su total desconsideración de la legislación nacional e internacional, que prohíbe el trabajo infantil y juvenil. El proyecto es antidemocrático, injusto y espanta al denotar la persistencia de una mentalidad represiva que ha causado profundos dolores al país, así como la condensación del odio social en los chicos pobres, una vez más.


* Diputada FG-FpV, presidenta de la Comisión de Educación.

Sobre la criminalización de la juventud y la pobreza. Por Gabriel Merino

En días donde disminuyen los números objetivos de la criminalidad y aumenta la sensación subjetiva de “inseguridad”, hay un debate central que gira en torno a la juventud: la juventud y especialmente los ‘pibes’ –que mediáticamente, más allá del barrio en donde todos somos pibes, significa la juventud pobre— como el sujeto central de la llamada “inseguridad”, como los que producen la criminalidad.

Esta imagen que se construye sobre la juventud, específicamente sobre la juventud de los sectores populares –ya que a la juventud de clase media se la denomina como ‘jóvenes’ y no como ‘pibes’ en el discurso mediático— es un elemento central para construir la imagen de caos e inseguridad en aumento. Se construye la imagen del joven de las fracciones populares como ‘pobre’, ‘drogadicto’, ‘vago’, que no estudia y delinque (roba, mata, etc.) para drogarse, etc., como el protagonista central, como el victimario de la gran ola de inseguridad que azota a los argentinos.

Tres grandes determinaciones convergen en el aumento de la criminalidad, que es muy distinto a “inseguridad”, las cuales se desarrollaron desde el golpe de 1976 con la imposición del proyecto neoliberal en argentina. En primer lugar, en lo económico-social, el proceso de destrucción de la matriz industrial autónoma y el empleo entre 1976-2003, el aumento abismal de la pobreza (del 7% en 1974 a casi 60% en 2001, hoy en un 20%), el aumento de la desigualdad (de una diferencia de 9 veces del el ingreso entre el 10%más rico y el 10% más pobre en 1974 a 39 veces en 2002!, y entre 14 y 22 veces en la actualidad), el desfinanciamiento a la educación y la salud pública, y el achicamiento de la inversión social, entre otros elementos. En segundo lugar, la imposición de ideas y valores neoliberales, de una matriz ideológica individualista, antisolidaria, consumista (el consumo como momento de realización del hombre y como elemento de asignación de un status social), que promueve la “cultura del reviente” (sobre lo cual se asienta el negocio de las adicciones) y el desprecio de la vida humana porque no hay futuro, todo es producto de azar (en vez del esfuerzo) y la salida es individual. Que más lógico que aumenten los delitos contra la propiedad en una sociedad consumista, que pone al consumo irracional como momento de felicidad y referencia social, mientras que las grandes mayorías están sumidas en la pobreza, es decir, imposibilitadas de ser consumidores masivos. En tercer lugar, la exclusión de la participación y de la política de las mayorías, el vaciamiento de las estructuras organizativas en donde el ser humano se siente contenido, puede proyectar un futuro colectivo y transformar su realidad cotidiana. Es decir, la negación de la política como herramienta de transformación y realización de nuestros sueños colectivos.

La realidad cambió a partir de la recuperación parcial del proyecto industrial y de recuperación del empleo, el aumento de la inversión en educación y de la inversión social (cooperativas, asignación universal, programas de desarrollo, etc.), la batalla cultural para instalar los valores del trabajo, la producción y el estado, para fomentar la solidaridad, la cooperación y el pensarse como colectivo, y el retorno de la política como espacio de participación de las mayorías en función de proyectos colectivos que logren la justicia social. Todo esto se tradujo en una baja de la criminalidad. Sin embargo, la batalla entre los proyectos de país contrapuestos no está ganada, quienes impusieron el proyecto neoliberal conservan mucho poder económico, político y cultural. Sigue habiendo grandes injusticias, se sigue reproduciendo las ideas y valores neoliberales y sigue existiendo la política hecha para unos pocos en función de sus beneficios personales.

Y este enfrentamiento entre dos proyectos de país –entre la profundización del proyecto nacional popular y latinoamericano asentado sobre el Estado, la producción y el trabajo, y el retorno del proyecto neoliberal asentado en mercado, las finanzas, los servicios y la matriz exportadora de materias primas— es lo que está en el fondo de la discusión sobre la “inseguridad” y la estigmatización de la juventud de los sectores populares como victimario, como sujeto principal que provoca la “inseguridad” (o mejor dicho la criminalidad) y por lo tanto como objetivo a perseguir y reprimir.

¿Por qué se crea esta imagen y qué produce?

1) Esconde los problemas reales y estructurales, las causas de fondo de la “inseguridad”, ya que implica discutir en profundidad los proyectos estratégicos de país, los procesos históricos y las medidas concretas que surgen de dicha perspectiva.

2) Fragmenta al pueblo en sus dos grandes sectores, los trabajadores incluidos, técnicos y profesionales, y todos los llamados sectores medios, contra las fracciones pobres, los trabajadores en negro, los sectores populares pauperizados y excluidos. Mientras el pueblo se divide el

3) Fomenta las salidas represivas y el “disciplinamiento” social, es decir, legitima la represión que constituye un elemento central para despojar al pueblo de las conquistas logradas en estos años.

4) Fomenta la paranoia y la reclusión individual, en contra del pensamiento reflexivo y colectivo.

5) Excluye a la juventud de la participación y de la política como herramienta de transformación social, anulándola como sujeto político. La historia demuestra que uno de los protagonistas centrales e imprescindibles de todos los procesos de transformación es la juventud, estigmatizarla y ubicarla como objeto de represión es anularla como sujeto de la transformación.

En realidad, en torno a la criminalización de la juventud y la pobreza lo que existe es una línea de acción estratégica, una manipulación político-mediática que es parte fundamental del retorno al proyecto neoliberal. La participación y politización de la juventud es la salida estratégica para romper esta trampa y superar, a su vez, la trampa del progresismo de poner a la juventud (especialmente de las fracciones más postergadas) como meros objetos de asistencia y separadas también del resto de las fracciones que componen el campo del pueblo.

Gabriel Merino: Lic. en Sociología, CIEPE, CISH-UNLP-CONICET, Encuentro Nacional Popular Latinoamericano (ENPL).