Los medios se metieron en la campaña electoral... y la campaña electoral en los medios. ¿Cómo lo hacen? ¿Cómo juegan sus intereses? Luciano Sanguinetti opina sobre la forma como se incluyen los medios en la campaña y acerca de cómo el público genera sus propios recursos de comunicación. Y Carlos De Angelis rescata elementos para reflexionar acerca de la vigencia de la prensa escrita, quiénes la abandonan y quiénes siguen optando por este medio.
Habría que celebrar esta campaña electoral. Y celebrar dos cosas: el trabajo de los medios de comunicación y el trabajo de la gente.
Vayamos por lo primero: los medios. Desde los que se dedican a la información hasta los que hacen entretenimiento.
En realidad, desde la refundada democracia en el ’83 hasta ahora, probablemente nunca fueron más objetivos. Digo, más objetivos en mostrar y demostrar cuáles eran y son sus intereses. Todos.
¿Es malo eso?
No. Lo que no tiene es remedio.
Porque de algún modo sería ingenuo suponer que, como actores políticos en la sociedad, los medios no tienen (y defienden) sus intereses.
Que sus productos sean noticias (es decir, construcciones simbólicas sobre cómo es el mundo y sus avatares cotidianos) no los excomulga del resto de las otras industrias dedicadas a elaborar mercancías que circulan también en este mundo.
¿No habrá que exigirles a esta altura, como al resto de las otras mercancías, un mínimo de calidad?
Sí. Porque nunca antes actuaron de manera más desembozada. Y juegan con fuego.
“Bueno, no es para tanto; no afectan la salud”, nos dirá exculpándose algún empresario periodístico.
¿Pero las sociedades no se enferman también?
Digresión: la semana pasada un diario porteño tituló en su tapa, para referirse a las colas que había en los hospitales: “Gripe A: colapsan servicios médicos y piden cautela”. Enseguida recordé la Alemania de los años ’30, y aquel film genial de Ingmar Bergman, El huevo de la serpiente. Recordé a Orson Welles y su radioteatro sobre la invasión marciana, del ’38, previo a la Segunda Guerra Mundial. Y recordé también que aquí nomás desaparecieron 30.000 personas y apenas si hubo alguna gacetilla que decía “subversivos caen en un enfrentamiento”.
La pregunta es por qué ahora sí y antes no.
Sencillamente porque antes los partidos políticos no eran tan débiles y la gente no estaba tan expuesta a los medios. Más lo segundo que lo primero.
Que una encuesta diera por resultado que un 15 por ciento de los porteños admitiera que “Gran cuñado” tendrá influencia en su decisión electoral no hace más que confirmarlo.
Que en ese mismo programa, Francisco de Narváez reconociera cuánto lo estaba ayudando el programa, cierra el círculo. A confesión de parte, relevo de prueba.
En los Estados Unidos tienen una práctica saludable: los periódicos informan un tiempo antes de las elecciones a qué candidato apoyan. Eso daría a los medios una mayor transparencia. Porque la transparencia no supone desinterés: nadie está ajeno a las disputas y conflictos que hacen la historia.
Quienes dicen actuar por desinterés, en realidad demuestran que creen estar por encima de los demás.
¿Quién puede estar en una democracia por encima de los demás?
Nadie. O en todo caso, sólo aquellos que saben o suponen que sus intereses no deben estar sometidos al escrutinio público.
¿Y la gente?
La gente porque nunca también como antes se involucró tanto políticamente. Y no solo se involucró sino que armó sus propios medios, especialmente las redes, los celulares, las pantallas de YouTube, los blogs, para hacerse sentir y trabajar, por fuera de la estructura monopolizadora de la información que imponen las grandes corporaciones mediáticas.
La blogósfera se llenó de ciberactivistas, de militantes, de ciudadanos preocupados por el país y por los medios, haciendo una suerte de contrainformación permanente.
Nunca como antes el instrumento político fundamental del juego democrático (la comunicación y los medios que la hacen posible) se ha sometido a ese escrutinio público.
Y más, mucho más, los jóvenes y no tan jóvenes.
Pienso: si la globalización fragmenta la sociedad y concentra poder, no hay otro medio para enfrentarla que transparentando el poder y democratizando la sociedad y sus medios.
Todos.
Vayamos por lo primero: los medios. Desde los que se dedican a la información hasta los que hacen entretenimiento.
En realidad, desde la refundada democracia en el ’83 hasta ahora, probablemente nunca fueron más objetivos. Digo, más objetivos en mostrar y demostrar cuáles eran y son sus intereses. Todos.
¿Es malo eso?
No. Lo que no tiene es remedio.
Porque de algún modo sería ingenuo suponer que, como actores políticos en la sociedad, los medios no tienen (y defienden) sus intereses.
Que sus productos sean noticias (es decir, construcciones simbólicas sobre cómo es el mundo y sus avatares cotidianos) no los excomulga del resto de las otras industrias dedicadas a elaborar mercancías que circulan también en este mundo.
¿No habrá que exigirles a esta altura, como al resto de las otras mercancías, un mínimo de calidad?
Sí. Porque nunca antes actuaron de manera más desembozada. Y juegan con fuego.
“Bueno, no es para tanto; no afectan la salud”, nos dirá exculpándose algún empresario periodístico.
¿Pero las sociedades no se enferman también?
Digresión: la semana pasada un diario porteño tituló en su tapa, para referirse a las colas que había en los hospitales: “Gripe A: colapsan servicios médicos y piden cautela”. Enseguida recordé la Alemania de los años ’30, y aquel film genial de Ingmar Bergman, El huevo de la serpiente. Recordé a Orson Welles y su radioteatro sobre la invasión marciana, del ’38, previo a la Segunda Guerra Mundial. Y recordé también que aquí nomás desaparecieron 30.000 personas y apenas si hubo alguna gacetilla que decía “subversivos caen en un enfrentamiento”.
La pregunta es por qué ahora sí y antes no.
Sencillamente porque antes los partidos políticos no eran tan débiles y la gente no estaba tan expuesta a los medios. Más lo segundo que lo primero.
Que una encuesta diera por resultado que un 15 por ciento de los porteños admitiera que “Gran cuñado” tendrá influencia en su decisión electoral no hace más que confirmarlo.
Que en ese mismo programa, Francisco de Narváez reconociera cuánto lo estaba ayudando el programa, cierra el círculo. A confesión de parte, relevo de prueba.
En los Estados Unidos tienen una práctica saludable: los periódicos informan un tiempo antes de las elecciones a qué candidato apoyan. Eso daría a los medios una mayor transparencia. Porque la transparencia no supone desinterés: nadie está ajeno a las disputas y conflictos que hacen la historia.
Quienes dicen actuar por desinterés, en realidad demuestran que creen estar por encima de los demás.
¿Quién puede estar en una democracia por encima de los demás?
Nadie. O en todo caso, sólo aquellos que saben o suponen que sus intereses no deben estar sometidos al escrutinio público.
¿Y la gente?
La gente porque nunca también como antes se involucró tanto políticamente. Y no solo se involucró sino que armó sus propios medios, especialmente las redes, los celulares, las pantallas de YouTube, los blogs, para hacerse sentir y trabajar, por fuera de la estructura monopolizadora de la información que imponen las grandes corporaciones mediáticas.
La blogósfera se llenó de ciberactivistas, de militantes, de ciudadanos preocupados por el país y por los medios, haciendo una suerte de contrainformación permanente.
Nunca como antes el instrumento político fundamental del juego democrático (la comunicación y los medios que la hacen posible) se ha sometido a ese escrutinio público.
Y más, mucho más, los jóvenes y no tan jóvenes.
Pienso: si la globalización fragmenta la sociedad y concentra poder, no hay otro medio para enfrentarla que transparentando el poder y democratizando la sociedad y sus medios.
Todos.
* Docente e investigador de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.